En el
transcurso de los años preescolares, como consecuencia de su desarrollo físico,
en el cual se encuentran las estructuras óseo-musculares, los niños no dejan de
aumentar regularmente su talla y peso, a una velocidad de crecimiento más lenta
de lo que ha sido durante sus primeros años de vida; el cerebro continúa
también su desarrollo, el cual ahora está en un proceso de arborización de las
dendritas y conexión de unas neuronas con otras. Este proceso, iniciado en la
gestación, se intensifica al máximo hasta los cinco años.
En el comienzo
del preescolar, a los tres años de edad, ya ha concluido la fase fundamental de
mielinización de las neuronas, con lo cual se está en condiciones de realizar
actividades sensoriales y de coordinación de manera mucho más rápida y precisa.
Es de resaltar la maduración notable del lóbulo frontal sobre los cinco años,
que permite importantes funciones de regulación, planeamiento de la conducta y
actividades que eran inicialmente involuntarias, como es el caso de la atención,
la cual por ejemplo, se va haciendo más sostenida, menos lábil y más
consciente. De igual forma la capacidad perceptiva es fundamental para el
desarrollo de las otras capacidades que se sintetizan o unifican en el proceso
de pensar.
En la educación
preescolar se habla de psicomotricidad, concepto que surge como respuesta a una
concepción que consideraba el movimiento desde el punto de vista mecánico y al
cuerpo físico con agilidad, fuerza, destreza y no “como un medio para hacer
evolucionar al niño hacia la disponibilidad y la autonomía”.
La expresividad
del movimiento se traduce en la manera integral como el niño actúa y se
manifiesta ante el mundo con su cuerpo “en la acción del niño se articulan toda
su afectividad, todos sus deseos, todas sus representaciones, pero también
todas sus posibilidades de comunicación y conceptualización”. Por tanto, cada
niño posee una expresividad corporal que lo identifica y debe ser respetada en
donde sus acciones tienen una razón de ser.
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